Un hecho y mil verdades.
¿Por qué insostenible?, mejoremos ya mismo las condiciones socio-económicas de los protestantes sin mejorar la condición ecológica que los rodea o relaciona con sus prácticas habituales, y a fuerza de intentos fallidos entenderemos que la naturaleza también tiene derechos igual o más delicados qué atender, y su protesta silenciosa pide también a gritos cambiar la artificialidad energética que ciegamente se usa para movilizar la productividad… gasolina pudiendo usar el sol, dependencia química en el agro habiendo prácticas limpias y saludables, recambios electrónicos insensibles sin pensar en su conexión con la minería, cemento y acero pudiendo usar guadua y tierra, carro pudiendo usar la bicicleta, agricultura industrial e importada pudiendo cultivar en familia e incluso "urbanamente" nuestro alimento o enfocar apoyo al cultivador orgánico, silencio ante la huella ecológica debiendo estar en primera línea de las discusiones, etcétera. Aquella variante de reflexión es tan solo una de muchas. Otra de fondo es el apagón de conciencia en que solemos navegar por el mundo (que lance el primer dardo quien se crea limpio de falta), cuando no conectamos la consecuencia de cada uno de nuestros actos (¡o consumos!) a los demás eslabones de una cadena que, finalmente, tiene un origen (justo o injusto con el productor, amigable o no con la naturaleza, y bueno o malo para la salud). Aquel triángulo de justo-amigable-sano, base del movimiento internacional Slow Food, lo considero tremendamente poderoso como simple, y necesario, para cambiar..., para cambiar ¡de verdad!, y para bien. Vamos al supermercado a comprar papa… ¿alguien piensa, al menos un poquito, cuál es la cadena que enlaza a esa papa, para saber si es justo-amigable-sano y si por tanto amerita que inyectemos energía y dinero a esa economía?; apliquemos ese método a todos nuestros actos o momentos de compra, y allí tendremos respuesta del cómo es que, como individuos y consumidores, estamos siendo en sumatoria los reales causantes de lo que atestiguamos hoy como protestas, y podemos también resolverlo. Si nos parece sin forma o débil el argumento, tan solo imagine su caso particular, actuando a plenitud de conciencia en cada acto o consumo de su diario vivir, asegurando que sea justo-amigable-sano, y luego multiplíquelo por 46 millones para el caso Colombia. ¡Sería fuerte!. En lo personal, no he sido capaz de hacerlo, me acuerdo muy poco de ello, llega la comida al plato y simplemente no pienso en ello... pero al menos lo estoy reflexionando, una y otra vez, como un mantra de llamado a la coherencia. Es un proceso. ¿De quién es, pues, la culpa de la causa a tantas protestas?, indudablemente es compartida, pero en la sumatoria de malas e inconscientes conductas individuales reposa la mayor porción. Y en todo, no he citado hasta ahora al Gobierno y legisladores en la matriz de culpables, pues estos existen y son, también, consecuencia de una sumatoria de decisiones individuales. Pelear o reclamarle al Gobierno es, en gran medida, como “escupir p’arriba”, porque el Gobierno es lo que nosotros mismos decidimos que fuera (en gran medida, no toda pues el efecto camaleón existe, y es fácil caer en engaños), si es que acaso recordamos cómo es que todas esas personas, de Presidente y Congresistas para abajo, se ubicaron allí, y así con el presente y pasados Gobiernos. ¿De quién es, pues, la culpa? Si de algo han de servir éstas protestas y momentos de país es, para que reaccionemos con libertad y “conciencia” de lo que, nosotros mismos, hemos causado. Pues si queremos un revolcón o un destino distinto, ya sabemos que todos nuestros actos individuales cuentan, cuenta nuestro voto (por tanto ¡hay que votar!, y sobre todo ¡hay que hacerlo bien!), cuenta nuestro consumo (aseguremos que sea justo-amigable-sano), todo cuenta.
No quiero culminar éstas aproximaciones personales sin revisar el comportamiento en redes sociales, indicador de ese “otro yo” que en buena parte somos. La sensación que tengo es aquella de que, en importante mayoría, se desvía el camino a la luz de los desmanes, y estos, lamentablemente, terminan ocupando gran parte de la atención, dejando a un lado lo principal, y quitándole peso a la causa de inconformidad y su necesidad de arreglo. Parecido a ser espectadores de noticieros nacionales, que acostumbraron sus emisiones al amarillismo, posiblemente porque es la fuente más segura de rating. Comprendo que el panorama gris debe evidenciarse, solo que la atención parece desviarse fácil hacia ciertas consecuencias deplorables (lamentables y censurables, pero en cabeza de pocos), descuidando lo fundamental aquí: Las causas que reposan en el fondo de las protestas colectivas. Las voces tranquilas, sensatas, responsables, creativas, propositivas y particularmente objetivas con el fondo de la situación, conocedoras del tema, las hay, pero percibo que son muy pocas. Y me temo que la mayoría de éstas escasas voces prefieran no opinar en tales escenarios, antes que hacerlo teniendo junto a sí mismos tanta opinión escandalosa y magnificada de los hechos. Lo grave es grave, ¡por supuesto!, pero sin desproporciones, y no conviene enardecer ánimos ni provocar más calentura de la poca o mucha existente, fijando atención en redes mayoritariamente a esto, que termina por mostrar panoramas sobre-dimensionados y por ende irreales, de una situación ya grave por sí misma (recuerdo p.ej. cuando el lago de Tota recibió el Globo Gris por mal manejo y amenaza ambiental, y un medio nacional lo tituló "el más contaminado del mundo", causando semejante problema con su falacia excesiva y amarillista). La palabra tiene enorme poder, así que amerita revisar si entre todos la estamos usando bien, o no, porque con ella se influye, por tanto darle mal uso es desperdiciar oportunidades. Si en cada opinión nos esforzáramos por construir, construiríamos, si nos esforzáramos por crecer en la dificultad, creceríamos, por adverso que sea el panorama. Destruir toma un instante, una palabra, un acto, es fácil; construir y crecer requieren otras conexiones, implica esfuerzo, escoger lo bueno y desechar lo malo, ¡no es fácil!, pero es lo que necesitamos, es lo que cuenta. La conclusión a toda ésta reflexión no puede ser otra, y me amparo en Gandhi: "Si quieres cambiar al mundo, cámbiate primero a ti mismo". Ese cambio individual es, en mi opinión, la herramienta indispensable, el azadón que más necesitamos… es personal, sencillo y parsimonioso, liviano aunque el uso frecuente es duro, pero capaz de arar, con esfuerzo propio, el terreno de lo que decidamos sembrar, las mil verdades favorables que queramos cosechar. No es lo único, pero sí es indispensable. Si decimos apoyar el azadón campesino, que se note con el uso de azadón moral a nuestro cambio individual, a ver si cosechamos un poco de conciencia con coherencia digo-hago-pienso-siento y vivo para ello. El grito pacífico de la coherencia es el que vale, porque persevera y es invencible, logra el cambio y éste perdura. © Felipe Andrés Velasco Sogamoso, 25.8.2013
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Reflexiones
Reflejos de mi sentir sobre temas ambientales.
© Felipe Andrés Velasco AutorFelipe A. Velasco Archivos
Enero 2024
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