Para pontificar de un tema se requiere -al menos- autoridad moral, conocimiento, cultura, abundantes argumentos, humildad y suficiente contexto. Y de eso nos falta mucho (¡mucho!) en la sociedad actual, esto a juzgar por la superficialidad con que constantemente se aprecian comentarios de quienes presumen sapiencia suma y capacidad de señalamiento en contra de otros - claro está, desde la conveniencia de máscaras (reales o fácticas) con las cuales resulta muy fácil lanzar dardos irresponsables y dañinos para el tejido social, desde un teclado y plataformas informáticas con capacidad de llevar voz al mundo entero con un clic. Porque con un clic se puede hacer mucho bien, pero también lo contrario. ¿Qué se esconde detrás de una etiqueta? Cualquiera que ésta sea, se esconden personas, humanos todos, a quienes nos corresponde cuidar la ética y las buenas costumbres para servir de manera positiva en nuestra comunidad, en nuestra sociedad. Y todo aquello, creo yo, que se encuentre fuera de esa ética elemental, expone a toxicidad social. Un tema del cual todos debemos esforzarnos por aprender y constantemente corregir, con humildad. Partiendo de supuestos éticos básicos, basta que alguien asome su voz o sus actos en favor o en defensa de un tema particular, para que unos apoyen pero también otros asomen espadas poniendo filos y amenazas a las intenciones de servir. Basta que un servidor público haga bien su labor, para que unos le feliciten pero también otros le juzguen por el mero sentir de la envidia o los egos partidistas o personales. Basta que un ciudadano se esfuerce por hacer bien las cosas, para que gane adeptos pero también detractores que solo tienen ojos para apreciar defectos y no virtudes. Es decir, aún en supuestos de plataformas morales de firme sustento, bastará que alguien libre una lucha sensata para que, al tiempo con aliados reciba también oposición. Sin importar lo que se diga o haga, así será porque parece ley natural, una condición propia de nuestra especie. Una condición que, sin embargo, no merece mayor preocupación ni atención salvo en casos de crítica constructiva. Mi opinión sobre ello es que, nuestro mayor esfuerzo cívico y humano debe reposar en que cuidemos el entorno ético de nuestras acciones. Y esto incluye trabajar por corregir o enmendar los errores, de los que nadie está exento. Porque sin importar qué tantos o qué tan fuertes puedan ser los intentos por demeritar nuestras obras -pocas o muchas, pequeñas o enormes-, la confianza de proceder buscando de forma honesta el bien para otros, nos debe mantener tranquilos sobre el propósito planteado. Esto reflexiono para si mismo, como para otros, anhelando ayudar un poquito al menos en la construcción positiva de un mejor tejido social. Sea con etiquetas ambientalistas o redesocialistas que tan constantemente se lanzan unos a otros en discusiones de tinte medio ambiental, o sin ellas, o con cualquier otra de las infinitas posibilidades de etiquetar en lo social, lo político, lo económico, lo académico, lo ancestral o lo que sea. En lo personal, si de etiquetas se trata la única que me interesa portar es aquella de aprendiz de buen ciudadano. Solo aprendiz por demás. FAV - 28.10.2018 PS.- Dejo en comillas la espiritualidad que sobre el tema nos comparte el Papa Francisco, creo que en esto hay lecciones importantes para revisar: “Cuando tocamos algo, dejamos nuestras huellas dactilares. Cuando tocamos la vida de la gente, dejamos nuestra identidad. La vida es buena cuando estás feliz; pero la vida es mucho mejor cuando los demás son felices gracias a ti.
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Reflexiones
Reflejos de mi sentir sobre temas ambientales.
© Felipe Andrés Velasco AutorFelipe A. Velasco Archivos
Enero 2024
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