Una aproximación. Más demoré en subir a la web mi pasada entrega (parte 1), que un buen amigo en recordar que el agua es principio y esencia de la vida, ese es su verdadero y fundamental valor[1]. Es algo simple y poderoso, pero cuánto solemos olvidarlo, posiblemente por la facilidad y la abundancia de ella que a muchos nos rodea… lo entendemos bien en la escasez, en la dificultad. Y en ese plano reflexivo de imponderables o inestimables, ¿qué otros acompañan al agua?, ¿qué otros elementos o componentes pueden situarse como principio y esencia de la vida?...; yo pensaría, que un modo práctico de encontrar respuesta indocta, sería recrear un escenario, con diversas edades humanas, en que nos encontremos absolutamente solos en este mundo, desnudos y desprotegidos, para ir haciendo el listado. Y en éste pronto llegarán, además del agua, el aire, el sol, la luna, la sal… pero también la compañía, el amor, el cobijo, la sombra…; ¡qué sé yo!, es una lista importante de todo aquello sin lo cual, no podríamos vivir. ¿Cómo estimarle valor a todo ello?...; no en vano son inestimables, e ideal no tener que hacerlo, porque fuera innecesario consecuencia de nuestro armónico vivir; pero, si seguimos despreciando su existencia porque la demos por sentada, me temo que una opción sea hacerlo, en nuestra transformación. Dicho ello, en el agua el escenario de su ausencia es el que más fácil o más efectivamente nos llevaría a comprender su esencial valor, pues allí, ningún dinero se equipara con sus gotas. No hace falta llegar allí; pero podemos anticiparlo, podemos obrar con responsabilidad y precaución para hacer lo que hace falta, y cambiar lo que se requiere. Mientras el mundo celebra el Día Mundial del Agua (22-Marzo), a renglón previo debería celebrar el Día Mundial sin Agua, para que aquel pudiera ser mejor comprendido por aquellos que en la abundancia, simplemente, no comprendemos lo suficiente qué tan valiosa es el agua. Pero bien, dejo por un momento aparte escenarios fundamentales o críticos, para ocuparme nuevamente del valor económico equivalente que podemos otorgar a los servicios del agua, y en particular de los humedales que la proveen, y esto en procura, justamente, de asegurar que perduren siempre y sanos. Es decir, mi enfoque aquí busca bajar de plano aquello imponderable (y cierto, por supuesto) del agua, para situarlo en un nivel menos trascendental y más racional si se quiere (también cierto, y necesario), que permita darle un estimativo, una cifra, que facilite generar justas transacciones por sus servicios, en el mundo en que vivimos tan marcado por la economía. Logrado esto, comprendiendo que el agua y el servicio que prestan sus ecosistemas es bastante alto; tal vez – solo tal vez – el hombre podrá migrar su conciencia hacia un estado mayor, ideal, de regresarle al agua ese estadio en que el dinero no cuente, simplemente porque hayamos logrado una perfecta armonía en la relación hombre – agua. Intuyo que muy pocos en este mundo transiten hoy en dicho plano, armónico y coherente; y mientras llega ese día en que podamos unirnos muchos más y ser mayoría, soy partidario de buscar para el agua y humedales una justa economía, en términos de valor – reitero –, no de precio. Ocupé éstas líneas como nuevo preámbulo y motivado por aquel comentario de mi amigo, necesarias – creo – para permitirme proseguir en un enfoque de valoración económica para el agua y humedales, revisando y analizando textos del tema; aunque ya será en mi siguiente reflexión. Hasta pronto. © Felipe Andrés Velasco Sogamoso, 27.2.2013 [1] Pedro Reyes Zambrano, 27.2.2013.
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